La monarquía es una institución anacrónica; sobrevive a contracorriente de los derechos universales del hombre que proclaman la igualdad desde la cuna; nuestras nuevas repúblicas democráticas la han rechazado como forma de gobierno. ¿Por qué entonces esa fascinación casi morbosa con los royals? Ésta es una de las paradojas con que convivimos en el mundo posmoderno. Sin duda, hunde sus raíces en la noción historiográfica que identifica la vida de los estados con las de sus reyes. Los héroes de la tradición trágica también han pertenecido a la realeza: Edipo, Hamlet, Macbeth, Antígona, Fedra, Cleopatra. Pero, quizás, el magnetismo responda más al recuerdo de una voz atávica que nos relataba, "había una vez una princesita…" y nos dormíamos en esa infancia profunda, tranquilos porque, en el final feliz, descansaba el orden de nuestro mundo.

La heroína de este relato es la cabeza de la realeza española, hoy tan justamente cuestionada. Basándose en testimonios, documentos y entrevistas, Pilar Eyre logra novelar, en más de 500 páginas, una biografía amena y convincente sobre la reina de España. El libro ha batido récords de venta en su país.

Si existen alcurnias, la de Sofía es de las más encumbradas: bisnieta del Káiser Guillermo de Prusia; hija de Pablo I y Federica de Grecia. Pasó su infancia en Tatoi, en las afueras de Atenas; fue educada en el estricto internado alemán de Salem y conoció el exilio durante la Segunda Guerra. Uno de los valiosos testimonios gira en torno a su influencia sobre Franco. Gracias a sus auspicios, y después de una maquiavélica demora, el caudillo traspasa el poder a Juan Carlos de Borbón.

Es sabido que la Reina reina, pero no gobierna. Si hay un lugar en donde Sofía no reina, ni ya parece gobernar, es en el corazón de su marido. La biógrafa confirma las infidelidades del rey, e incluso sugiere que el pueblo español ha pagado caro las indiscreciones de Juan Carlos, acallando a mujeres despechadas.

Más que una tragedia, los borbones, hoy, dramatizan una farsa. No obstante, la aparente imperturbabilidad, y el estoicismo de Sofía alcanzan visos trágicos, que, irónicamente, le han granjeado el tardío cariño de su pueblo, un pueblo que se demoró en aceptarla, por su condición de extranjera no católica, por pronunciar las erres con acento germánico, y por su rechazo a las bárbaras costumbres peninsulares, como las corridas de toros.

El cuento parece no augurar un final feliz. Contrario a los de princesas, y más cercano a la plebeya realidad, éste queda abierto.

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María Eugenia Bestani